Ponce de Leon, á la viuda de tu primo, mi hija, con veinte y dos años, el parecer de una Santa Rosa, y las virtudes de una Santa Rita? ¿Y porqué?
1 —Señor, tanto ó más que Vd. reccnozco los méritos sobresalientes de Clemencia, y es á punto que estoy persuadido que merece ser unida á un hombre que valga más que yo.
—¡A otro perro con ese hueso! ¿Me querrás hacer creer que desechas el plato que te se brinda, por demasiado bueno, y la boda que te se propone, por demasiado ventajosa? Anda, déjate ir!.... que malo seas y bien te vendas.
Pablo titubeó un momento sobre lo que habia de decir: sabia que su tio no habia de apreciar ni admitir la verdadera razon que le llevaba á rehusar; y no hallando otra que dar, dijo lacónicamente: —Señor, ello es que no me puedo casar.
—Pero.... ¿porqué? las cosas claras. ¿Porqué?
—Tengo mis fundados motivos, Tio, y deseo que no me los pregunteis.
—¿Estás quizás, sin yo saberlo, mal entretenido?
—No señor, exclamó con vehemente sinceridad y marcado hastío, Pablo.
—¿Estás quizás enfermo?
Pablo se detuvo un momento, y luego contestó: —Creo que si, señor; y si no lo estoy, estoy aprensivo. Sabeis que mi hermano murió del pecho; no creo que tampoco el mio sea fuerte; y los médicos me han aconsejado que no me case hasta robuste-