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cerme, pues me expondria á que mis hijos naciesen débiles y enfermizos.

—¿Y qué Galenillo te ha dicho semejante mormajo?

—Un facultativo de Sevilla.

—Pongo mis narices á que será un homeopato ó un homeoganso.

—Es, señor, un médico de gran saber y experiencia, sea cual sea su sistema.

—Pero.... ¿tú, qué sientes? preguntó D. Martin, que era un antagonista de mano pesada.

—Señor,—contestó el pobre Pablo, fatigado con la insistencia de su Tio, y no pudiendo ya retroce der: no me siento precisamente malo; pero tampoco enteramente bueno: estoy caido, alguna vez me siento débil, otras tengo el pecho oprimido y penosa la respiracion.

—¡Débil! exclamó D. Martin. ¡Por via de Chápiro Valillo! ¡Un angelito que derriba una res como un castillo de naipes, y doma y amansa un potro cerril como si fuese un burro derrengado! ¡Débil tú!...cuando estoy para mí que si te se antoja zamarrear una de las columnas del patio, quedamos todos aplastados como los Filistéos!

—Senor, mi hermano domaba potros y derribaba reses, y murió ético. Me han prescrito un régimen preventivo.

Pablo ocultaba que habia sido este mal de su hermano originado por un golpe que recibió en el pecho cayendo del caballo.