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con el niño; pero su ropa venia ardiendo. Entre todos le cojimos y ahogamos el fuego; tenia el pelo chamuscado, las manos quemadas y la cara tan encendida que se podian tostar habas en ella. ¡Caballeros!

no se vió otro más arrojado: á él se debe que no haya ardido todo. ¡Vaya, señor, el señorito es todo un Bernardo, todo un hombre! por fin, un Guevara, señor! y de tal palo.... tal astilla —Si, si, dijo D. Martin, bien haya la rama que al tronco sale!

—Si, Pablo es completo, dijo su Tia, el oro siempre reluce.

En el mundo suspicaz y entremetido, es cierto que tanto D. Martin como Dona Brígida se habrian puesto á observar el efecto que producian sobre Clemencia los justos elogios tributados á Pablo. Pero en aquel círculo sencillo y sincero no sucedió asi; solo se pensaba en lo actual; éste llenaba el corazon y la mente, sin dejar espacio á la observacion ni al cálculo sobre las impresiones que causaba. Triste ventaja del uso del mundo es la de tener cada cosa su avan ó retaguardia; dulce prerogativa de la vida sencilla, aunque ménos pulida, es el perfecto acuerdo entre el alma, el corazon y la cabeza, que forman un todo expontáneo y sincero como la luz del sol.

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Clemencia, en quien hubiera la observacion producido mal efecto, y originado cuando menos el retraerse, pudo francamente dar rienda suelta á los