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Veíanse en ella, puestos sobre redondeles y repartidos por el suelo en iguales proporciones, los destrozos, el tocino y las morcillas de ocho puercos cebados. Uno á uno iban entrando todos los criados de campo y de la casa con sus espuertas, cargando cada cual con uno de sus montones; los capataces y criados mayores llevaban además pollos y cabritos. Don Martin estaba en sus glorias, recibiendo de todos al pasar delante de su amo, las hermosas expresiones de gracias populares.

—Señor, Dios se lo pague, le aumente los bienes y le dé salud para hacer obras de caridad, que son escalones de la subida del cielo!

Pasaban en esto por el patio dos hombres lievando un gran caldero, y otro con un canasto de pan; era la comida á los presos de la cárcel, á quien de diario se la enviaba D. Martin (1).

—¡Eh! gritó éste con su campanuda voz: ¿quién os corre? Acá, acá; que quiero satisfacerme por mí mismo de si todo va como debe ir.

Los hombres se acercaron.

—Pelona, tráeme una cuchara, prosiguió Don Martin dirigiendose á una chiquilla, veterana ya en la compañía de intrusos que reforzaban la guarnicion de la casa del rico mayorazgo.

La cuchara fué traida por el aire; pues la pacien".

7 (1) Volvemos á repetir que este rasgo como todos los demás concernientes á D. Martin, son ciertos y positivos.