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cia de D. Martin era el mínimum de la dosis repartida á los mortales. Metióla el señor en el caldero que llenaban garbanzos, y por ser dia de Pascua, unos cabritos cortados á pedazos. Despues de haber gustado su contenido, meneó la cabeza y dijo: Que venga la cocinera.

—Oye, comadre estropajo, triste fregona, le apostrofó su amo al verla venir, ¿te has figurado tú que me se han quemado los olivares?

—No señor; ¿porqué me dice su mercé eso?

Porque este guiso tiene el aceite que parece que se lo has echado por el amor de Dios. Y díme: ¿por ventura se ha cerrado el alfolí en Villa— María?.

..

—No, que yo sepa, señor.

—Pues entonces, reina del soplador, ¿cómo es que está el guiso este mas soso que tú?

I Todos se echaron á reir y la cocinera se fué corrida.

Entróse á la sazon como Pedro por su casa, la tia Latrana con garbo y desembarazo.

—¿Cómo se atreve Vd. á ponérseme delante, porta—pendon de la insolencia? exclamó D. Martin indignado; ¿no sabe Vd. que no quiero verla?

Senor D. Martin, respondió con gran aplomo la vieja, porque un borrico dé una coz se le va á cortar la pata? Vengo, como es rigular, en mi nombre y en el de mi comadre la tia Machuca....

1 —¡Si, su comadre de Vd. la tia Pescueza! ¡pues ya!..... á Vd. no es menester arrufarla para que me