— — 61 sala, cuando al pasar frente del porton se encontró con la tia Latrana, que retrocedia en su retirada.
—¡El demonio se pierda y Vd. tambien! exclamó sorprendido, no lleva Vd, todavia bastante, tia sanguijuela.
—Señor mire su mercé que el frio que hace, pela, corta la cara y lastima la cabeza; vea su mercé el pañolon mio todo destrozadito, dijo la vieja cogiendo el pico del pañolon que llevaba sobre la cabeza, y extendiéndolo á la vista de D. Martin; déme su mercé un pañolito que ine abriguc, señor; que por eso no ha de ser su mercé más pobre, ni más rico.
—Pues si no ha nada de tiempo que le dió á usted la señora uno suyo.
—Verdad es, señor pero lo que otro suda, á mí poco me dura: es regular, señor, que yo me muera de frio?
¿Y es rigular que sea yo su abastecedor general, tia cáustico?
—¿Y cómo hade ser, si su mercé tiene y yo no!
Yo he de buscar arrimo; que el que no tiene sombrajo, se encalma; y los ricos son los que matan ó sanan á quien quieren. Mejor librado sale su mercé, que más vale tener que no desear.
—Ya por hoy me ha sacado Vd. bastante, y ha acabado con mi paciencia, dijo D. Martin, volviéndole la espalda.
—¡Jesus!.... ¡y que ipotismo gasta su merce hoy!
murmuró marchándose la tia Latrana.