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Aquel dia en la comida estuvo D. Martin más campechano que nunca.

—Oye, Juana, preguntó al ama de llaves, me querrás decir quienes eran los que componian aquella reana de gente que visoré en la cocina?

—Señor, la tia de la cocinera, el primo de Miguel Gil, una sobrina de mi cuñada, la nuera del coch ero....

— Ya, ya, ya! y allí estaban por aquella regla de un convidado convida á ciento. Tráeme esto á la memoria, que andando Nuestro Señor por el mundo, con sus apóstoles, le cogió la noche en un descampado. Maestro ¿quereis que nos recojamos á aquella choza? le dijo San Pedro.—Bien está, respondió Jesus.

Llegaron á la choza, en la que habia un viejo que les dió albergue con muy buena voluntad, les ofreció de cenar. Estando cenando, llegó uno de los discípulos.—¿Qué se ofrece? preguntó el viejo.—No hay cuidado, dijo San Pedro, es de los nuestros.Sea en buen hora, dijo el viejo que tenia crianza.

—¿Vd. gusta de cenar? Le cortó un canto de pan, y el apóstol se sentó á la mesa. A poco entró otro y despues otro, hasta completar los doce, y con cada cual sucedió lo propio. ¡Vaya, pensaba el viejo de la choza, paciencia! como ha de ser! Un convidado convida á ciento. A la mañana siguiente le dijo San Pedro al viejo: —El que has albergado es Nuestro Señor; desea tú una gracia; que se la pediré en tu nom.