—Pues alma de escribano no entra en el cielo; cuela tú solo.
—Cuando estuvieron Vds. en mi choza, me soplaron otros doce sin pedirme licencia: con que bien puedo yo hacer lo propio con uno; que un convidado convida á ciento, dijo el viejo de la choza, metiéndose dentro con su amparado.
— D. Martin comió opíparamente. Al gustar el pavo de Pascua que estaba perfectamente cebado con nueces é igualmente asado, mandó.comparecer al ama de llaves, á cuyo cuidado eran debidas ambas excelencias.
—Juana, le dijo, el pavo está que mejor no cabe, te doy la patente, mujer, y este vaso de vino para que te lo bebas á mi salud y á la tuya, para que ano que viene cebes y ases otro semejante, y yo me lo coma.
—Que viva su mercé mil anos! dijo Juana, tomando el vaso que llevó á los lábios.
—Mil no serán, pero una docenita me parece que han de caer dejándome en pié; pues más fuerte me siento que la torre de la iglesia. Verdad es que se gastó el acero pero queda el hierro.
Una unánime aclamacion de alegría y contento acogió estas palabras, cual una bendicion del porvenir.
D. Martin en este instante se echó hácia atrás en su sillon y dió un ronquido.
—¿Qué es esto? exclamaron todos levatándose.
—Que vayan por el Santo—óleo, dijo el Abad, abalanzándose á su hermano: