Página:Clemencia, novela de custumbres (1862).pdf/335

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 65 —

—Que vayan por el sangrador, añadió Dona Brígida, desabrochando el cuello de la camisa de su marido que estaba cárdeno.

Pablo se precipitó fuera del comedor.

No alcanzaron ni el auxilio divino ni el humano.

Cuando llegaron, D. Martin no existia; la muerte habia sido instantánea. El pavo humeaba todavía sobre la mesa; en la copa de Juana estaba aun la mitad del vino que habia contenido, cuya otra mitad habia bebido á la larga vida de su amo!

Es indescribible el desconsuelo, que como una lúgubre noche se esparció en la casa y por todo el pueblo. Era una afliccion tan profunda y general como no pueden concebirla aquellos que no han visto á un rico, á un poderoso, invertir sus pingües rentas, no en gozar, brillar, ni darse tono, sino en obras de caridad y llegar á ser por este medio el Padre y el amparo de todo un pueblo humilde. Así fué, que la noticia de la muerte de D. Martin, no vino en los periódicos; pero corrió de boca en boca como un prolongado lamento. En su entierro no hubo una larga fila de vistosos coches; pero si una larga fila de pobres desconsolados. Sobre su tumba no se pronunciaron elocu tes panegíricos; pero vertieron lágrimas muchos ojos, y oraciones muchos lábios: no se le puso un elocuente epitafio compuesto por un sábio latino; pero en boca de todos estaba este epitafio: — AQUÍ YACE EL PADRE DEL PUEBLO.: