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Dona Brígida estaba serena en su afliccion como competía á la anciana, que viendo cortado el último lazo que ata su corazon á la tierra, se lo ofrece á Dios quebrantado, pero entero.

El Abad no hacia esfuerzo por ocultar su afliccion mansa, profunda y santa como él.

Clemencia y Pablo estaban inconsolables. Al pié del féretro del excelente hombre á quien lloraban, comprendieron mútuamente la fuerza y riqueza de us respectivos sentimientos. Allí Clemencia deshecha en lágrimas, apretaba entre las suyas las muertas manos de su Padre, como si quisiera comunicarle por sus poros su propia vida; y alli Pablo no hallaba palabras de consuelo, convencido de que el dolor solo se alivia dejándole libre y árbitro de desahogarse segun su inspiracion.

Al dia siguiente salió de su casa el querido y venerado cadáver ¡ay! no para descansar sino para ser pasto de la corrupcion, que no dejará de él sino los huesos esparcidos, algun cabello y algun giron de la tela que vestia, ménos corruptible que el cuerhumano... y nada más! Es cierto que el alma voló á su patria; pero... ¿acaso no se ama el cuerpo de las personas queridas? ¿Quién no adora la venerable mano del Padre que le bendijo? ¿Quién no los dulces ojos de la Madre que le sonreian?

po Pasaron estos fúnebres dias, venciendo el tiempo aquel desesperado primer dolor, debilitado por su propia violencia; los ojos cansados de llorar, se