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cerraron; los nervios destrozados de su excitacion se postraron, y el sueño obtuvo la primer tregua. Un hondo silencio sucedia en aquella casa á los tristes gemidos; una inmovilidad austera á la febril y desatinada agitacion anterior; todo allí era negro en el exterior como en los ánimos! Pero la vida activa arreaba, y ya se decía: ¿Quién es el dueño de aquel caudal?

1 ¡Oh triste mundo! ¡Cuál empinas los intereses materiales, que ni aun los concedes unas treguas para abstraerse, y ensimismarse, al que es presa del dolor, siquiera en tanto que lleva su librea!

Dona Brígida habia entregado al Abad las llaves del archivo y demás depósitos de papeles. Este convocó una mañana á toda la familia: cuando estuvieron reunidos, les habló así: —Tengo el pesar de participar á Vds. que ninguna disposicion de mi hermano he hallado ni entre sus legajos, ni en las escribanías. Así, pues, habiendo yo renunciado ha tiempo á ser la cabeza de una casa que se extingue en mi, y de los bienes que propios, tú, Pablo, como inmediato heredero, reconocido como tal por mi hermano, entras desde luego en posesion de todole son —Extraño este raro descuido de mi marido, (que en paz descanse), dijo Dona Brígida, pues me consta que otras eran sus intenciones. Lo siento por tí, Clemencia; lo que es en cuanto á mí, no me importa, resuelta como estoy á reunirme con mi prima en su