Página:Clemencia, novela de custumbres (1862).pdf/344

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 74 —

—Oh! vuestro lugar, Padre mio, nadie puede ocuparlo, ni á mi lado ni en mi corazon.

—Clemencia, los sucesos, como los hombres, se suceden unos á otros en el mundo, como las olas en el mar, sin dejar hueco ni vacío, por la gran ley del equilibrio que rige la naturaleza, así la física como la moral.

—Pero señor, hay excepciones.

—Sabes, hija mia, que todo lo escepcional me es antipático, sobre todo en las mujeres, tan dignas, tan bellas, tan femeninas en las buenas sendas trilladas, como mal vistas, antipáticas y burladas en las excepcionales. El querer llenar tu vida, que está en su principio, con la memoria de un Padre, es el sueño de un corazon amante: así deséchalo como tal, procura no apartarte de la ley que hizo á la mujer compañera del hombre —Tio.... señor, ¿no me habeis dicho mil veces, que á la mujer casta Dios le basta?

—Sí, hija mia, es cierto que Dios basta á llenar un corazon puro; pero la vida en una mujer, sobre todo cuando es jóven, trae otras exigencias y necesidades, además de las del corazon, para vivir tranquila. Necesita, ó retirarse del mundo, ó un amparo si en él permanece: de otro modo, Clemencia mia, sola, independiente, inútil, su estéril vida es excepcional, y una piedra de toque en la sencilla y buena uniformidad en que gira la sociedad humana. El celibato, hija mia, es santo, ó es una viciosa y egoista