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tendencia que tira á quebrantar las leyes sociales y religiosas: no te sustraigas á la santa mision de esposa y madre: te lo encargo... te lo suplico!

—Bien, Tio, dijo la dócil Clemencia; si tuviese la terrible desgracia de perderos, prometo á Vd. ca— sarme.

—¿Y porqué no en vida mia, para que yo bendiga tu union ántes de morir?

—Pero, señor, ¿acaso no tengo mas que desearlo, para que se presente el compañero que os prometo aceptar?

—Sí, Clemencía, no tienes más que desearlo, para que te se presente el compañero que entre todos no habrias podido elegir más cumplido y más á propósito para hacer tu felicidad.

—¿Pablo? preguntó en queda y desconsolada voz Clemencia.

—Pablo, sí, Pablo; que tiene el alma más bella, el carácter más noble y el corazon más amante y generoso. Fíate de mí, Clemencia; que harta experiencia tengo de los hombres: no conocí nunca otro más aventajado que Pablo, otro á quien con más justicia se pueda dar el epíteto de hombre de bien y caballero cumplido.

Largo rato calló Clemencia, y despues dijo con la íntima y entera confianza que le inspiraba aquel varon indulgente y benévolo: —Tio, yo habia pensado vivir siempre como hasta ahora, tranquila y concentrada; mas si exigís que