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parece á aquellos que desde que ven á una persona entrar en esa senda, exigen de ella la realizacion del objeto á que aspira); si no siempre logran alcanzar este fin, los que á él aspiran, decimos, tienen al menos el mérito de haberlo intentado, y la gloria de alistarse hajo la santa bandera, cuyo emblema es un Cordero, una Cruz y una Corona de espinas. Tienen aun más: tienen el valor de renunciar á la sancion del mundo bullidor, el de pasar por pobres de espíritu en la brillante, ruidosa y desdeñosa legion de los denominados ilustrados, el de hacerse condenar al ridículo y al desprecio por la soberbia y acerba legion de los incrédulos é impios, y solo contar con las calladas y benévolas simpatías de aquellos que se esconden por no ser vistos, y callan por no ser oidos, en una época que les burla con sarcasmo, y los desprecia con insultos.

Constancia, no obstante, era de las afortunadas que logran el fin propuesto, lo que era debido sin duda al total desprendimiento de las cosas de la tierra que el infortunio produjo en su alma.

Nadie habria reconocido en ella á la elegante jóven que fué: su traje era más que modesto; era pobre: llevaba siempre un vestido de coco ó tela de algodon negro, con pequeños lunares grises; cubria su garganta un panuelo de la India, gris y negro, prendido al cuello con un alfiler; gastaba en todo tiempo manga larga y zapato de piel, y su cabello primorosamente alisado, estaba sujeto con dos pei-