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al cuerpo, toda la frescura al rostro y toda la lozanía á la juventud. Compuesta y animada, sobre todo con la luz artificial, estaba bien; pero descompuesta y desanimada, estaba como una flor sacudida y marchita por el Levante.

Su marido, además de ser el tipo de la distincion y de la finura, lo era ahora igualmente del buen marido y del buen Padre.

Cuando Alegría vió á Clemencia, que merced á su tranquila vida, á su feliz existencia, traia con el alma de una novicia la hermosura de una Hebe, le dijo: —¡Qué lozanía! ¡Qué frescura! ¿En qué Eden has vivido? Ganas me dan de ir á pasar una temporada á Villa—María, aun á costa de venir tan anticuadamente vestida y peinada como lo estás tú. ¡Dios mio! ¡qué bien te sienta el estado de viuda! y riquísima que me han dicho que eres!... ya sé, un Tio!...

Oye, ¿era jóven?... Ocho años de destierro te ha costado; pero en fin, si estuviste como el raton en el queso, ¡anda con Dios! Hicíste bien en estarte á la mira y aguantarte, porque, hija mia, el dinero, el dinero es el todo; sin dinero ¿qué se hace? Vamos, eres la mujer feliz. Mira no hagas la locura de volverte á casar.

Clemencia habia oido toda aquella retahila, atónita, sin aun comprender la malicia de ciertas expresiones; pero al oir esta última, recordando en su corazon la promesa que habia hecho á su Tio, repuso á su prima: