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—¿Y porqué seria una locura el volverme å casar?

— —Porque perderias tu libertad; contestó Alegría con más malicia que se suele poner á esa necia y repetida frase.

—Pero ¿qué clase de libertad es, repuso Clemencia, la que tengo de viuda y no tendria de casada?

—¡Qué candidez de niña bien criadita! La clase de libertad á que aludo, hija mia, es la de poder hacer lo que te dé la gana. ¿La tenias cuando casada, mi alma?

—No se creeria que quien habla así fuése la mujer de un marido que no tiene más gustos que los suyos, y no hace sino mirarla á la cara, dijo Clemencia.

—Eso no quita que la que tiene marido y tres hijos, esté aviada y divertida. ¡Niños! esa plaga, esa carga, esas trabas, que acaban con la paciencia, que destruyen el físico, que quitan el gusto y el tiempo para todo. ¡Oh! ¡son una calamidad!

—¡Jesus! ¡Jesus! exclamó asombrada Clemencia.

¡Plaga, calamidad, llamas tú á la bendicion de Dios, al dulce fin y objeto de la union del hombre y de la mujer! ¿Sabes lo que dicen las pobres y sencillas gentes de Villa—María? Hijos y pollos todos son pocos.

Alegría soltó una burlona carcajada.

—¡Qué lástima, dijo, que no te hubieses casado