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XXXIII
 

que el sugeto que anotaba la fé de bautismo no había sido enterrado; y desde entonces me he tranquilizado, he dejado mis cavilaciones, y me he convencido de que existo para servirte, asi como á todos los que me crean un autor silfo, un escritor que tiene nombre y no persona, ó un eco expontáneo.

Recuérdame este singular empeño una anecdotilla, de cuya autenticidad te respondo.

Una Madre rígida llevó á su hija á un baile de máscaras de convite.

—Cuidado, le dijo al entrar, que t prohibo que bailes con ningun enmascarado.

—Senora, observó la pobre niña, si casi todos lo están!....

—Pues el que quiera bailar contigo, repuso la Madre, deberá ántes decirte su nombre.

Llegado que hubieron al baile, se apresuró un máscara á sacar á la jóven á bailar.

—¿Quién sois? preguntó ella.

—Soy un dominó, ¿qué más necesitas saber para bailar un rigodon?

—Tu nombre.

—¿A qué santo!

—Es precisa condicion.

—Me llamo, dijo el dominó, Juan Pedro Fernandez.

La niña se levantó muy contenta y bailó su rigodon con D. Juan Pedro Fernandez, que le era exactamente tan desconocido como el dominó.

No resisto el deseo de citar á este propósito otra Clemencia.

TOMO I. 3