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toda fé y de todo culto, conservan el del honor, levantando este culto terrestre á una altura que solo compete al divino, lo que prueba que no hay orgullo, escepticismo ni espíritu de independencia que alcancen á arrancar del corazon del hombre la imperiosa necesidad de aca tar, que puso Dios en él para recordarle su dependencia.

Bien conoció desde luego el hábil fisiologista que la derrota podria hundir para siempre la existencia de aquella jóven, que salia al mundo pura, suave y sonriendo como la aurora, confiada é indefensa como la verdad; pero se decia: —¡Bah! nadie se ha muerto de amor, y ella es muy católica para suicidarse.

Si D. Galo hubiese podido penetrar los pensamientos de Sir George habria pensado: —¿Quién hubiera dicho que D. Jorge, ese apreciabilísimo sugeto, fuese tan fátuo?

El vizconde habria pensado: —Mucho se expone el soberbio hijo de Albion, no á ser subyugado, pues no es leon que se ate con cuerda de lana; pero sí á ser un César incompleto y desairado.

En cuanto á Pablo, el honrado y enérgico español, á saber sus idéas, le hubiese ahogado entre sus manos!

Desde la llegada del Vizconde, que por desgracia suya habia sido posterior á la de Sir George, y sobre el cual habia hecho Clemencia una impresion harto