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selectos, que como las abejas no hallaban una flor de que no sacasen miel.

—Magnífico instinto que admiro en ellas y en ellos; dijo con su fria sonrisa Sir George. Señora, prosiguió, dirigiéndose á Clemencia, ¿cuál es entre las cosas de la tierra la que tiene la dicha ó privilegio de agradaros más?

—Las flores, contestó sencillamente Clemencia.

—Teneis, pues, gustos botánicos?

—No señor, repondió Clemencia sin alterarse, no sé clasificar una sola planta; pero las flores son la poesía palpable del mundo material. Desde que el hombre cantó, entretejió con ellas sus cantos: nunca el espíritu de innovacion, de oposicion y de paradoja, para el que nada hay sagrado, que á todo ha tocado, se ha atrevido á ridiculizar la suave simpatía que inșpiran las flores, que en la naturaleza se renuevan siempre frescas y lozanas, como las esperanzas en el corazon del hombre; inseparables de la poesía, son compañeras de los sentimientos que la inspiran. Asi es, que simpatizo con el jóven poeta que se ha hecho su cantor (1) y tan bello culto les rinde, sin cuidarse de que otro acerbo como vos, le haga la pregunta que me habeis hecho. Pero, prosiguió Clemencia alegremente, dirigiéndose á D. Galo, ¿qué decís vos? ¿qué es lo que más os agrada en este mundo?

—Lo que más me agrada son las bellas, contestó (1) José Selgas.