Página:Clemencia, novela de custumbres (1862).pdf/384

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 114 —

—No, —contestó Clemencia sonrojándose, porque temió haber faltado á la delicadeza de casada, confesando que habia querido á otro más que á su marido —no gustaba Fernando de flores; eran predilectas las violetas de mi Tio el Abad, á quien todo, todo lo debo. Aun no las hay y lo siento: su perfume es un recuerdo vivo como ellas son una imágen de aquel Padre tierno, de aquel sabio modesto.

De allí á un rato se levantó D. Galo para irse.

—¡Qué! ¿Os vais? preguntó admirada Clemencia.

—Aunque me voy... me quedo.

—Ciertamente, en mi memoria.

Don Galo se puso tan ancho, que en aquel momento no se hubiese cambiado ni por un Rothschild, ni por un Apolo, ni por un Séneca, ni aun por el jefe de su oficina.

—¡Pobre hombre! dijo Sir George cuando hubo salido.

—¡Qué excelente sugeto! añadió el Vizconde. Senora, la amistad que le demostrais, no solo hace favor á vuestro corazon, sino honor á vuestro delicado tacto.

—¡Ah! dijo Sir George, yo no habia hallado en esa amistad, sino la prudencia de una mujer joven y bella.

—Os habeis equivocado, repuso Clemencia, no elijo mis amigos por ningun género de cálculo; en mi eleccion solo obra la simpatía. Tampoco soy bastante presuntuosa ó tímida para buscar mi salva-