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guardia en la insignificancia de las personas de mi intimidad. Siempre juzgais la sociedad española por la extranjera, Sir George! y no acabais de comprender que la independencia moral de las españolas acata yugos santos, y no sufre andaderas pueriles.

Entró en este instante Paco Guzman.

—Clemencia, dijo éste al cabo de un rato, ¿sabeis que hemos hecho creer á D. Galo que Dona Eufrasia se casa con D. Silvestre? se lo ha creido!... porque ese bendito se cree cuanto se le dice.

—No hay mayor prueba de la sanidad de corazon que la credulidad, repuso Clemencia: para dejar de dar fé á las palabras ajenas, es preciso dar por supuesta la mentira; y hay corazones tan sanos que no la conciben. Pero os confieso, Paco, que sería contra mi conciencia engañar aun en broma á una persona de buena fé.

—¿Contra la conciencia, Clemencia? ¡Qué palabra tan magistral en un asunto que lo es tan poco!

—Pues poned en su lugar... delicadeza.

—La conciencia la delicadeza, opinó el Vizconde, se asemejan, pues son para el hombre consejeros al obrar, y jueces despues. La delicadeza tiene su orígen en la sociedad y en la cultura, y la conciencia en la moral: asi es la primera versátil y convencional; la segunda uniforme é inmutabley —Decid en lugar de moral Religion, exclamó Clemencia, pues, como decia mi Tio, ¿qué es la moral sino la luna que alumbra la noche que carece de sol,