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,recibiendo ella misma su pálido brillo del Sol de vida que es un reflejo? ¿De dónde sino de esa fuente ha sacado la moral sus aspiraciones? ¿Quién hizo de la obediencia la primera virtud? ¿Quién castigó la primera falta?

—Sois una exaltada creyente, dijo Sir George.

—¿Acaso lo dudábais? exclamó Clemencia.

—No tenía sobre esto un juicio decidido, señora.

Por un lado consideraba que sois mujer y española, cosas ambas propias á sentir toda clase de exaltaciones y admitir todo género de supersticiones; por otro lado, como sois tan ilustrada.....

Clemencia hizo un marcado gesto de indignacion y de impaciencia.

—Pero, señora, se apresuró á añadir Sir George: yo respeto todas las opiniones, todas las creencias, todas las convicciones.

—Poco os agradezco, pues, que respeteis las mias, repuso Clemencia con animacion, y no puedo devolveros igual obsequio, pues en punto las religiosas condeno las que no son las mias, porque sobre cuanto toca á las cosas de los hombres, es éste libre de su juicio y dueño de su fé; en cuanto á las de Dios, la disidencia es la rebeldía.

—Respeto tambien vuestro fallo condenatorio, repuso Sir George impasible, con aquel orgullo, aquella soberbia y aquel desprecio del impío que se trasluce al través del simulacro de decoro y compostura que tan mal los encubren.