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su elegancia, su originalidad y chiste, sin tener la ventaja del perfecto lenguaje.

—¿Habeis visto, el nuevo drama, Clemencia? dijo Paco.

—No lo he visto, pero lo he leido, contestó ésta.

—¿Y qué os parece?..... ¿os gusta?

—Me gusta y no me llena.

—Es disparatado, opinó Sir George.

—¡Yal.... como que no es clásico. El Señor Don Jorge, Clemencia, es un clásico intolerante, como vos una creyente idem: para el señor no hay perfeccion en literatura, sino'en lo clásico, como para vos no hay perfeccion enl a fé sino en la del carbonero.

—Venero las tragedias clásicas como la más perfecta muestra del arte imitado del griego, ¿no opinais asi, señora? dijo Sir George.

—No me simpatiza ese teatro, contestó Clemen.cia: esas palabras religiosas sin fé, esa pasion tosca sin corazon, ese heroismo sin afectos, esas palabras tan compasadas en asuntos que lo son muy poco, me hacen mal efecto, y se me figuran Aspasias y Safos, vestidas de vírgenes cristianas. Son, á mi entender, afectadas; y todo lo que pierde la naturalidad, pierde la senda del corazon. Esta es mi pobre opinion de mujer, que se forma por impresiones más que por exámenes artísticos; mi sentir, que suena como el arpa eólica, á la ventura del aire que la penetra.

—¿Os gusta nuestra literatura, señor Vizconde?

añadió Clemencia.

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