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una vieja en Rasca—idem, dijo Paco Guzman al oido á D. Galo — —¡Qué! no por cierto, contestó éste, aunque las habia pagado bien caras.

—Confieso que os envidio, señor de Pando, dijo el Vizconde.

—Es una galanteria clásica, una galantería modelo, añadió Sir George.

—Yo no llamo á esto una galantería, opinó Clemencia; lo llamo una delicada prueba de amistad, y como tal la agradezco. ¡Ir en una noche como esta hasta aquel barrio tan extraviado! Así es que estais sin aliento.

—Es que he vuelto de prisa para llevaros á casa de la Marquesa; son ya las nueve y media; Paco se va ya.

Efectivamente, éste se despedia.

Sir George y el Vizconde no se movieron.

Hubo un rato de silencio, al cabo del cual dijo Clemencia á D. Galo: — Amigo mio, no saldré esta noche.

—¿No? ¿Y porqué?... ¿Estais indispuesta? preguntó éste.

—No es por eso; pero está mala la noche: oid como gime el viento en el cañon de la chimenea.

El Vizconde se levantó y se despidió, saludando, in hablar una palabra.

D. Galo se habia levantado y pegado el rostro á los cristales, interceptando con ambas manos la luz