Página:Clemencia, novela de custumbres (1862).pdf/394

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 124 —

del reverbero que le deslumbraba, y observaba la noche.

—¿Con que no quereis que os acompañe, Clemencia? preguntó Sir George, volviendo á tomar su tono natural, ameno y cariñoso.

—No señor, preciso es decirlo, pues no os basta como al Vizconde, que lo demuestre.

—Gracias, señora, dijo friamente Sir George.

—Esto no merece ni agradecerse ni sentirse: los miramientos dirigen las acciones de una mujer, así como las simpatías sus sentimientos.

—Pues... no decíais ahora poco que la independencia moral de las españolas no sufría andaderas?

—Sí senor; pero el tacto de una mujer consiste en graduar lo que son trabas, y lo que son santos yugos.

—Clemencita, dijo D. Galo, la noche está hermosa, todas las estrellas están en el cielo menos dos.

Don Galo ostentó su más galante sonrisa.

—Si en lugar de madrileño fuéseis andaluz, habríais hablado de soles, dijo Sir George con su séria burla.

—¡Cómo se nos va españolizando este hijo de la noble Inglaterra, nuestra buena aliada! observó con satisfaccion D. Galo: no me inglesaria yo tan pronto en Londres, no.

—Esto me hace recordar, repuso con su impasible ironía Sir George, el que en una ocasion un Príncipe y un criado cambiaron sus papeles: el criado no fué 1