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morados ó aspirantes, y el perverso anhelo de triunfar de otras mujeres, sobre todo si estas valian más que ella. De esto resultaba, que cuando no bastaba para lograr sus fines el hacerse seductora, se hacia provocativa, sin que la arredrase respeto divino ni humano.

Era en tanto extremo lo que la absorbian estas innobles pasiones, á que se entregaba sin reparo, que no conocia freno, ni se cuidaba de la profunda repulsa que causaba á las mujeres honradas, ni del menosprecio que inspiraba á los hombres que lo ocultaban en frases corteses y ligeras, tanto á causa de la falta de severidad de nuestra sociedad, como por consideracion á su marido, hombre que por su posicion, y mucho más por su noble carácter, era respetado hasta con entusiasmo por cuantos le conocian.

Entre los hombre de mérito que se hallaban reunidos en casa de Clemencia cuando entró Alegría, es de presumir que al que dirigiese sus tiros fuese á Sir George, á quien ya conocia, que sospechaba ser el que Clemencia distinguia.

Apenas entró, cuando rehusando el asiento de preferencia que le brindaba Clemencia, buscó como el matador en la arena, el lugar más propicio, y se colocó en frente de Sir George, mirándolo al principio con reserva, pero procurando que él lo notase, viendo que ó no lo notaba, ó fingia no notarlo, acabó clavar la vista en él con descaropor