una accion sencilla, pues lo que he hecho es solo alejarme de la sombra que se interponia entre vos y yo.
—Sin mi consentimiento.....
— —¿Queríais que os lo hubiese pedido?
—Sir George, dijo Clemencia con lágrimas en los ojos, abusais de mi aislamiento: no hubiéseis hecho eso si yo tuviese padre ó hermano!
—Clemencia, vuestro rigorismo excesivo os hace dar á las cosas un colorido que no tienen, y vuestra frialdad os hace juzgarlo todo con la severidad de un juez centenario. Sois libre, Clemencia; yo lo soy, os amo: ¿quién, pues, puede impedirnos, ni qué deber de moral nos puede retraer, á mí de decir que .os amo, y á vos de escucharlo?
Clemencia aspiró cual si fuese á hacer una exclamacion; pero se detuvo y calló.
—¿Me aborreceis, pues, Clemencia?
Clemencia no contestó y bajó los ojos.
—Si no me aborreceis ¿á qué pues hacerme infeliz con esa impasible frialdad? ¿Qué os puede impedir amarme, si á ello os inclina vuestro corazon por simpatía ó por lástima? ¿Amais por ventura á otro, y es esa la causa de que seais tan inexorable?
ó —¡Ay! no, no, no, exclamó Clemencia á pesar suyo; á nadie amo.
—Pues, entonces, decidme al menos, ¿por qué me rechazais?...
Clemencia calló un instante, y dijo luego con voz tan queda que apenas se oia: