Bien veis que no os rechazo.
—Pues decid que me amais, exclamó enajenado Sir George.
Clemencia, tan conmovida que no acertaba á hallar palabras para expresar su sentir, movió su cabeza en señal de negativa.
— —¿Porqué nó, Clemencia? preguntó Sir George con voz dulce y tono suplicante.
—Porque, contesto ésta, no puedo pronunciar tan á la ligera una palabra que decidirá del destino de mi vida.
Sir George disimuló á la perfeccion un movimiento de despecho, y dijo en tono suave: lo —Agradeceré ménos lo que deba á la reflexion que que deba al impulso del momento, Clemencia.
—Decidme, Sir George, dijo ésta al cabo de un momento de silencio, ¿qué os conduce á amarme?
— Vuestra sin par belleza.
Sir George no daba esta respuesta aturdidamente; la creia de huena fé la más lisonjera á la mujer.
En el semblante de Clemencia se extendió una profunda expresion de melancolía al preguntar de nuevo con suave y triste acento: Y no me amais por nada más, Sir George?
—¡Oh! sí, contestó éste, os amo además porque nunca hallé unidos como lo están en vos, la delicadeza en el sentir y la gracia en el pensar.
¡Cuánto lisonjean el corazon de la mujer las palabras del hombre á quien ama aunque no llene sus