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exigencias! ¡Cómo rechaza la voz que desde su intimo ser le grita: No es eso!

La inocente razon de Clemencia no hallaba causa para desconfiar del amor de Sir George, y no obstante, su instintivo sentir no estaba satisfecho. En este tira y afloja en que se agitaba su alma, no hallaba motivo que justificase un desvío que hubiese sido para ella un sacrificio, pero tampoco hallaba concordancia que le inspirase confianza y arrastrase su asentimiento.

—¿Puedo al ménos esperar? dijo Sir George con tono triste y desanimado.

Clemencia se sentia en aquel instante tan feliz Y tan conmovida, que una sonrisa tan dulce como alegre, embelleció su rostro al contestar con su gracia benévola —No podeis esperar sin autorizacion? La esperanza es un deseo espontáneo, que como tal no ha menester de estímulo; mas ahora, añadió con gravedad poniéndose en pié, ahora partid, Sir George, si no quereis que vuestras exijencias hagan mal tercio á vuestras esperanzas.

Sir George, satisfecho de las ventajas adquiridas, no quiso exponerse á perderlas chocando con la delicadeza de Clemencia, y obedeció.

Mientras más trataba Cleinencia á Sir George, y mientras mas reflexionaba, más crecian los sentimientos encontrados que le impiraba; y entretanto que su amor ascendia á pasion, sus recelosas zozobras llegaban á dolorosa angustia.