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Doňa Eufrasia levantó al cielo sus redondos ojos sin contestar.

—Que no le pagan! claro está; dijo con impaciencia la Marquesa.

—¡Ah! ¡ya! ¿la viudedad? exclamó Paco Guzman.

¡Ay! ¡las viudas! ¡qué plaga! ¡En el mundo hay un pais con más viudas que Españal son estas aquí innumerables, son inmortales, son dobles, pululan, se multiplican: cada militar deja un ciento, cada empleado una docena' No hay presupuesto que alcance á pagar las viudedades: son el pozo Airon de las rentas del Estado; me desespero en pensar que las contribuciones tan crecidas que pagamos, en lu gar de ser para hacer carreteras, son para tanta viuda, á cuál más inútil, que viven de nuestra sangre como sanguijuelas mónstruos. Deberia haber un sábio Y económico Herodes que dispusiese un degüello de inocentes viudas.

Fué tal el asombro é indignacion de Doña Eufrasia al oir esto, que por primera vez en su vida, depuso el aire marcial é indomable para tomar el de víctima, y exclamó con énfasis: —Hasta ahora el huérfano y la viuda, si bien no habian sido pagados, habian sido tratados en el mundo con gran consideracion y lástima; pero en el dia hasta eso se pierde. ¡Señor, ya nada va á detener tus iras! y el fuego del cielo caerá sobre España como sobre Coloma.

Señora, prosiguió Paco Guzman, cuando sea CLEMENCIA.

TOMO II. 11