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pio que le cupo al oir esas risas y el clamor que por todas partes se levantaba, en estas y otras exclamaciones: — —Bien, bien, Pando! eso se llama un ardid de buena ley para batir á un contrario.

—La palma á D. Galo, que ha desprestigiado á Hércules, probando que vale más maña que fuerza.

—¡Bravo, Pando! exclamó un estudiante; la sociedad de la Paz va á votar á Vds. una corona de copos de lana.

—Campeon de ausentes, dijo un aprendiz de diplomático; sois un Talleyrand virtuoso, un Pozo di Borgo sensible, y un Metternich arcádico.

—Don Galo, dijo Lolita, David va á romper las cuerdas de su arpa por rabiosa envidia.

—Señor de Pando, exclamó el oficial, me tiene usted vencido y agradecido, cosa de que solo Vd. y las buenas mozas se han podido jactar.

Don Galo habia entreabierto aun más las solapas de su chaleco, se sonreia con satisfaccion y se abanicaba furiosamente con un abanico de caña.

Existe una cosa extraña en nuestra sociedad, que no sabemos si atribuir á superficialidad ó á injusticia; y es que se rebaja en la opinion á la persona que tiene un ridículo, y sin más motivo que este, se le trata con una superioridad extravagante por aquellos mismos que tienen sobre sí vicios, maldades y hasta deshonras. Un ridículo no rebaja á nadie sino á ojos miopes. ¿Quién de nosotros no tiene un ridículo? ¿A