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zon. Pero ¿me querréis explicar, Sir George, qué cosa risible encierra en sí el número de siete mil?

— —Senora, contestó Sir George, es exactamente la mitad del salario que doy á mi ayuda de cámara. ¿Y hay hombres bastante inertes para condenarse muy satisfechos á patu!lar toda su vida en tal charco? ¿T'an inactivos, que se conformen en moverse en tan poco espacio? Me rio, además, Clemencia, del atrevimiento que tienen tales entes, oficinistas de escalera abajo, de presentarse y visitar vuestra casa y otras de igual rango, y de alternar, por vuestra inconcebible tolerancia, con lo más encopetado de vuestra sociedad.

—No cambio, exclamó con ardor Clemencia, vuestra crítica en esta parte por el mas bello elogio.

¡Bendito mil veces el pais, que sin falsas mentiras y disolventes teorías, tiene tan bellas, llanas y sencillas prácticas, y donde por suerte no existe ese altivo, insultante y despreciativo espíritu aristocrático que da márgen á las revoluciones!

—Aristocrácia es, en efecto, una palabra vana de sentido es vuestro pais; podeis borrarla de vuestro diccionario usual. Vuestros Grandes y algunos magnates de tierra adentro, que podrian formarla si reunieser lo que la constituye, esto es, primera nobleza, una gran fortuna y una sahia cultura, no reunen estas cualidades; y los que las reunen, con contadas excepciones, no juegan en la política, ni se cuidan del bien del país: así es que es inútil Y aun ridiculo que se afanen en querer, porque asi sucede en otros CLEMENCIA.

TOMO II. 13