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ninguno, para abriros, como el ángel á la Peri en el poema de Moore, si no el Paraiso, ese Olimpo, como vos decís, no por una lágrima,—sabeis que las aborrezco, sino por una sonrisa. Pero decidme, ¿habeis concluido el catálogo de esos goces parvulitos que tanto encomiais?

Clemencia calló un rato.

—¿No habeis gozado nu ca con los consoladores y exaltados sentimientos religiosos? dijo al fin con el alma en sus dulces y serenos ojos.

—No hablemos de religion, Clemencia.

—¿Y porqué? Aguardo con viva curiosidad la respuesta.

—Porque la Religion es el secreto más exclusivamente suyo que tiene la conciencia del hombre, señora.

—Yo pensaba al contrario, que no era su secreto, sino su galardon, el que más alto levantaba, el que más recio proclamaba. Solo concibo dos móviles á esa punible pretension al misterio ó á la reserva: el uno malo, que es tener en poco sus creencias; el otro peor, que es el no tener ningunas, y ser de esta suerte el silencio, como dice la Rochefoucauldt de la hipocresía, un homenaje que la impiedad rinde á la Religion. Sabeis que el Dios del universo, cuando á salvar y á enseñarnos vino, dijo entre sus sóbrias y santas sentencias que alcanzaban todos los desbarros presentes y futuros del espíritu humano: EL QUE NO ESTÁ POR MÍ ESTÁ CONTRA MÍ.