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asunto que tanto interesaba á Clemencia: entonces esta le dijo: —Sir George, ¿habeis cumplido mi encargo?

—¿Cuál? preguntó Sir George con no fingido sobresalto.

SEINE —¿Con qué habeis olvidado nuestra conversacion?

—¡Ah! ya caigo. No, no, no señora, no he olvidado mi promesa, y la he cumplido exactamente.

—¡Y bien!.... pr. guntó Clemencia con el alma en los ojos.

—Y bien, dí limrosna por mi propia mano cual os lo prometí. No soy hipócrita, Clemencia, y no os mentiré á vos que sois la santa de mi culto, y que me creeríais condenado por eso solo; francamente, ue he sentido ningun género de placer. Era un pobre súcio y feísimo: en obsequio vuestro le metí una onza en su inmunda mano, y encima le regalé mis guantes que le tocaron; supongo que iria á la taberna en seguida á emborracharse á mi salud.

Clemencia inclinó la cabeza, y dos lágrimas asomaron á sus ojos.

Sir George las notó y le preguntó: —¿Qué teneis, Clemencia?

—Nada, contestó esta levantando su suave y sonriente cara.

—¡Asi! ¡asi! exclamó Sir George, queriendo besar su mano, que ella retiró; sois un ángel de luz cuando sonreís. ¡Oh Clemencia! solo os falta para llegar al apogéo femenino, el que ameis, como faltaba el