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rayo de vida á la perfecta estátua de Pigmalion. ¿Porqué no amais?

— ¡Pues qué! dijo sonriendo Clemencia, ¿no hay más que amar así..... á tontas y á locas? ¿No hay más que darle rienda suelta al corazon sin saber ántes â qué nos arrastra?

—Vosotros, los españoles, dijo Sir George, que penetró las graves ideas de Clemencia, entendeis el amor como un esclavo cautivo, y no como lo que es, un hermoso Génio que libreniente vuela en alta esfera, y que se hastiaria y perde su brillantez en las innecesarias trabas de la obligacion. Basta que se erija en deber el sentimiento independiente y caprichoso de la felicidad, para que deje de serlo.

—No pensé, repuso Clemencia con gravedad, que vos, Sir George, pudiéseis decir cosas tan en extremo vulgares; que pudiéseis gastar el lenguaje de D. Juan, completamente relegado, no solo al mal tono social, sino al mal gusto literario; sobrepuja en ello lo ridiculo á lo inmoral. ¿Estaríais aun, por ventura, en ese período de lo romancesco desenfrenado, que tira piedras á una union consagrada, y lodo al amor exclusivo? ¡Oh! aquí tenemos una opinion demasiado séria, sentida y alta del amor para degradarlo al punto de mirarlo fria y sistemáticamente como hijo del capricho y padre de la inconstancia. Aquí, Sir George, es el amor más grave, y por lo tanto, menos estrepitoso que en otras partes; aquí nunca pierde de vista esa obligacion de que os