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burlais, porque la union consagrada, eleva el amor á toda su altura y á toda su dignidad.

—Habeis, sido educada en un convento, no es cierto? preguntó con todo su sério sarcasmo Sir George.

—¿Decís eso porque abogo por el amor consagrado? contestó Clemencia con su bondadosa risa.

—No es por eso, señora; es por la admirable candidez de vuestras doctrinas.

—¿Son cándidas? repuso Clemencia: ¡cuánto me alegro! La candidez es hermana de la inocencia.

—No teneis, si no me engaño, en vuestras creencias un lugar propio para esas gemelas?

—Un corazon no corrompido, ese es, segun la mia, su asilo.

—No, no, al qué yo aludo se llama el Limbo, si no me engano.

—¡Ay, Sir George! repuso con bondad Clemencia, lo que yo creo es, que ese triste lugar sin pena ni gloria, es para los que no son bastante malos para serlo de hecho, ni bastante buenos para serio de dicho.

Sir George comprendió claramente que Clemencia le creia mejor de lo que era; pero esto paró tanto menos su atencion, cuanto que estaba absorto en la contemplacion del magnífico brazo y mano de Clemencia, que esta levantaba en aquel momento para afianzar en su peinado una flor que se habia desprendido.