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inalterable dulzura y falta de amor propio, no seria feliz con el Vizconde, aunque me amase, lo que no creo.

—¿Ni conmigo?. ¡Sois, pues, insensible á todo amor, señora! Ya se vé, cuando se disfrutan tantas felicidades como las que vos pregonais, se puede ser insensibles de un amor mútuo. No obstante, señora, eu lo elicado de vuestra moral deberíais comprender, que la mujer que á todos inspira amor, y que no lo siente por ninguno, es un ser excepcional y un tipo poco bello.

...

—No he dicho que no sería feliz por no serme posible amaros, Sir George; lo he dicho porque tengo la conviccion de que unida á vos, no podria ser sino idealmente feliz ó profundamente desgraciada.

—¿Y por qué desgraciada, Clemencia? Por mí comprendo tan poco la desgracia á vuestro lado, como la oscuridad brillando el sol en el cielo. Clemencia, la felicidad del amor es tan efímera, que no debemos perder en metafísicos debates un solo dia de los que nos brinda.

Y vos creeis que la felicidad del amor es efímera? ¿Pensais, pues, que el amor se acaba?: —Clemencia, contestó Sir George con jovial sinceridad, solo un estudiante acabado de salir del colegio os sostendria lo contrario. El amor, que es lo más transitorio de la vida, es cabalmente lo que más pretensiones tiene á la inmortalidad; los amantes vulgares son los que tienen la romancesca candidez de