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jurarse ese eterno amor, esa utopia, ese mito, ese fénix, esa creacion fantástica.

—Si el amor es tan efímero, si es un castillo de naipes que el primer soplo del tiempo derriba, cuando ya no me ameis, ¿qué será de esa felicidad que fundais en amarme?

— —Cuando ya no os ame, respondió Sir George en tono ligero, vous m'amuserez; me entretendreis con esa gracia, ese talento, esa originalidad, ese chiste, esa alegría que os son exclusivamente propias, y que os dan el encantador privilegio de interesarme, sorprenderme, entretenerme y alegrarme.

—No entrais en cuenta mis virtudes, si es que creeis que algunas tengo?

—¡Virtudes... ese es otro programa, contestó Sir George, que respeto mucho, pero que pienso que modifiqueis en mi obsequio, pues hay algunas virtudes por demás pueriles, Clemencia, que dan en la alta sociedad cierto ridículo, y otras por demás severas que hacen intolerantes, y la tolerancia es la gran necesidad del siglo; por consiguiente, mi querida Lady Percy, harémos algunas rebajas económicas en el presupuesto de virtudes.

—Entre estas, supongo que será la primera la constancia.

—Clemencia acordaos de las cartas sobre Londres del principe Puckler Muscau, ese aristocrático escritor, cuando describe el sello que halló sobre la mesa de una de nuestras reinas de la moda, cuyo lema era