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corazon en la mano, que la solemnidad de este momento que decide de su futura suerte, y en que se despide de vos, y con vos de la ventura..... para siempre!

Clemencia calló inmutada.

—Ese hombre, prosiguió el Vizconde, sin apreciarlo, me ha robado el ideal que de la tierra hubiese hecho para mí el paraiso! Y ese ideal, Clemencia, que yo buscaha, no era el de la fantasia, era el de la perfeccion, que todo hombre honrado y caballero lleva en su pecho para hacerlo su ídolo si lo halla. Yo os hubiera amado, Clemencia, como á tal; yo os hubiese labrado un trono, y hecho Reina de las mujeres felices! Y eso, Clemencia, no saben hacerlo Sir George ni sus semejantes, que han llevado el mal á su último límite; esto es, el de no comprender, no conceder y no apreciar el bien; hombres precoces y desenfrenados en todos los vicios, cuya buena naturaleza resiste, pero cuya moral sucumbe. Clemencia, el corazon de ese hombre y el vuestro unidos, son y serán como un cuerpo vivo y lozano puesto en contacto con un cadáver. Si no lograis, lo que no os será dado, metalizar vuestro corazon para que no se quiebre, pasaréis vuestra vida en lágrimas.

—Pero, dijo Clemencia conmovida, mas procurando sonreir, ¿no veis que haceis cálculos al aire? ¿No habeis oido que se ha despedido... porque se vá?

—¡Volverá! contestó el Vizconde con amargura y desden.