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—¿Creeis acaso que yo le llame? dijo Clemencia, que con esta exclamacion se hubiese vendido á sí misma, si aun le hubiesen quedado dudas al Vizconde.

1 1 —¡Ah! no creo que haya una sola española que llamase á su lado al hombre que sin razon se separa de ella; pero Sir George, para volver, si es que se va, buscará pretextos y hallará razones. Yo le procuraré una con mi ausencia.

—¡Qué! ¿tambien partís?

Aunque Clemencia dijo esto con pesar, por sus ojos asomó, cual la luz de un fugitivo relámpago, una vislumbre de satisfaccion.

—Si, C.emencia! mi suerte esta decidida, respondió de Brian; con luchar contra ella, solo conseguiria hacerla más cruel, y á mí más importuno. Voy á América, ya que esta cobarde é inerte Europa amándolos, deseándoles, ansiando por ellos como por su tabla de salvacion, abandona á sus Reyes, y no enuentra un leal y esforzado realista donde ir á dejarse matar, no por la causa del órden, sino por la causa del bien. No tardaréis en saber mi muerte, Clemencia. Nadie me llorará!.... pues que mi pobre Madre murió al darme el ser, mi adorado Padre por la bala de un revolucionario, mi hermano al golpe de un puñal alevoso, y mis infortunados abuelos expiraron en la guillotina. Pero vos, Clemencia, único amor que llevaré á la tumba, vos al menos..... compadecedme!