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que rehusais sin injuriarlo con el desprecio, graduándolo de mentido; pues sería dificil precisar lo que en vos es más bello, Clemencia, si vuestra alma, vuestro corazon ó vuestra persona. ¡Si! sois un ser privilegiado que conocí y aprecié por mi ventura, y del que no he sabido hacerme amar por mi desgracia.

Diciendo esto de Brian, se levantó, se acercó á Clemencia, tomó su mano que besó, y salió sin añadir mas que: 1 —Adios.... Clemencia.

Clemencia quedó en un estado tan violento y nuevo para ella, que se encerró en su cuarto y se puso á llorar amargamente.

—¡Dios mio! pensaba ¿es éste el amor cuya felicidad tan alto se encomia, y el que tanto anhelan inspirar las mujeres? ¡Qué! esos hombres que hubiesen sido mis amigos, ¿me huyen, y se convierten en tiranos solo porque me aman? ¿Son estos comportamientos, Dios mio, hijos de cariño? ¿No lo serán más bien de amor propio? ¿Son en estos hombres, estas escenas amargas, este veneno vertido, hijos de ese sentimiento dulce, el amor; ó lo son de sus caractéres? ¿Juzga el Vizconde en conciencia y justicia á Sir George, ó por celosa malevolencia? ¿Son en Sir George las cosas que dice, hijas de su habitual ironía, ó son hijas de su corazon? ¿Me pedirá que le perdone.... ó ha fingido amarme? Se va! ¿volverá, como opina el Vizconde?

Pasó una noche agitadísima, y á la mañana