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me llamase tia tiránica? ¡Tiene Vd. unas cosas!....

—En efecto, tiene Vd. razon: ha sido acertado y ha hecho muy bien en sacarla del convento.

—¿Qué he hecho bien? Eso le parece á Vd. Pues no faltará á quien le parezca que he hecho mal.

La Marquesa era una mujer de cuarenta y ocho años; pero su completa falta de pretensiones y la exajerada sencillez de su traje y de sus maneras, la hacian aparecer de mas edad. Habia quedado viuda hacia algunos años, disfrutando de pingües rentas, las que tenia la habilidad de gastar todas, y á veces tomándolas anticipadamente, sin que nadie, ni ella misma, pudiese decir en qué. Era esto tanto mas extraño, cuanto que la señora, sin ser cicatera, no era generosa; sin ser agarrada, no era rumbosa; sin ser codiciosa, no era expléndida, y sin ser ordenada, no era tampoco despilfarrada. En lo demás de su carácter se hallaban iguales anomalías, puesto que sin ser malëvola no hacia sino contradecir, sin tener mal carácter no hacia sino regañar, y sin ser maligna era contraria á todo. Asi se ven á menudo en las gentes defectos y malas propensiones, que no son hijas del corazon ni del carácter, sino malas costumbres, que no corregidas en un principio, se arraigan como plantas parásitas. Pero el gran rasgo característico de esta señora era el de vivir apurada. La Marquesa no podia vivir sin un apuro que la agitase, siendo por consiguiente la antitesis de ciertos enfermos que no pueden vivir sin una dósis de ópio que los calme; con la particularidad