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»Vuestro confesor os dirá que mi exigencia es en » todo conforme al espíritu del Evangelio.

— GEORGE PERCY.

Al leer esta humillante, inconcebible y chavacana carta, dura é incisiva como el acero aguzado, un es pantoso temblor se apoderó de Clemencia; sus oidos zumbaban, sus arterias latian, y cayó exánime sobre su sofá.

. Bien podia haber pasado esa carta insolente enre las señoras del gran mundo, que á fuer de merecerlas tienen que sufrirlas; bien podia tener curso en aquella sociedad tan pulida en su exterior, tan corrompida internamente, eu que es proscrita la gansería, y admitida y practicada la insolencia; pero en la esfera de Clemencia sucedia justamente lo contrario.

Clemencia indulgente á una ofensiva falta de finura, sentia en sí y podia ostentar la dignidad que no tolera la insolencia; esto es, que tenia la conciencia de su propio valer é invulnerabilidad.

Clemencia, herida de la manera más cruel é inesperada por esa carta, que no hay pluma española que hubiese podido escribir, pretextó una indisposicion, se encerró y pasó las veinte y cuatro horas más terribles de su vida. Revisó con el esfuerzo de su razon las ideas y sentimientos que en todos asuntos habia ostentado Sir George, y alzó con valor el dorado velo con que su amor habia cubierto su seque