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—Pero es mi figura lo que te es grata? ¿Son mis sentimientos los que te son simpáticos? ¿O son mis pensamientos los que te seducen?

—Nada de eso es, Clemencia; tu figura, tu sentir y tu pensar me son gratos y simpáticos y me seducen, porque son TUYOS. Róbete un mal tu hermosura, tu talento, tu sentir vivaz y poético; yo, Clemencia, te amaria lo mismo; te amaría loca, sin que me lo agradecieses; ¡te amaria muerta... como te he amado sin esperanzas!

— —¡Esto es ser amada, y esto es la dicha! dijo Clemencia enternecida, apretando entre sus delicadas y blancas manos las honradas y varoniles manos de su primo.

Pablo comió en casa, de Clemencia, y á la tarde vino D. Galo á tomar con ellos café.

Clemencia estaba brillante de alegría como lo está la naturaleza cuando despues de una corta tempestad le sonrie el sol.

—¡Qué alegre está Vd., Clemencital dijo D. Galo paladeando una copa del rico licor que se hace en el Puerto de Santa María, Y ciertamente Clemencia lo estaba. La soberbia y acerba con lucta de Sir George comparada á la de Pablo, no solo la habia hecho apreciar la delicadeza y generosidad de la de éste, sino que la primera le causó un sentimiento de temerosa repulsa que le hizo huir de aquel hombre duro, á la par que hizo brotar un aprecio tierno y simpático hácia Pablo que la lle-