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Vamos, añadió para sí,—echando con disimulo el lente á Pablo, que en este momento se habia puesto á escribir en el escritorio de Clemencia una carta á Villa María,—sobre gustos no hay nada escrito.

Cuando Clemencia le ha elegido, tendrá mérito; solo que por más que miro me persuado que no está á la vista.

A la noche D. Galo fué algo mas temprano de lo que acostumbraba, á la tertulia de la señora de la Tijera. Voy, dijo aun ántes de sentarse, á dar á Vdsuna noticia que de cierto ignoran, y tan fresca que es nonata para el público.

Inmediatamente fué D. Galo asaltado con esta descarga de preguntas: —Es triste ó alegre?—Pertenece á la alta ó baja política?—¿Es jocosa ó fúnebre?—¡Esa uténtica ó apócrifa? ¿Es de luengas tierras?—¿Es indigena?—¿Es redonda?—¿Ha venido por telégrafo?

—Es, respondió D. Galo, dejando que se restableciese el silencio, para dar todo su peso y solemnidad á su respuesta; es inesperada, imprevista, sorprendente y extraordinaria!

—Ea pues, decidla, exclamó Lolita.

Don Galo calló, luciendo su más resplandeciente sonrisa, prolongando así el dulce momento en que era el punto céntrico de la atencion general.

—Don Galo, dijo uno de los concurrentes, es Vdcomo el reloj de Pamplona, que es fama que apunta, pero no dá.

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