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—El dios Himeneo prepara sus coronas, señor Don Jorge.

— —¡Ah! ¿y cuáles son las bellas sienes sobre las que van á brillar? respondió éste.

—Las de una amiga vuestra, contestó D. Galo, que lo que ménos soñaba era que en esto tuviese interés Sir George.

. Don Galo no dejaba de observar un obsequio ó un galanteo; una contradanza y un wals bailado con el mismo compañero por una de las bellas, era cosa grave y significativa para él; en cuanto al movimiento enérgico é interno con que las pasiones agitan la sociedad, este no lo penetraba su observacion benévola y superficial.

—¿Cuál amiga? preguntó Sir George. ¡Tengo tantas!

pues soy como Vd., señor Pando, gran partidario de las bellas. ¿Será quizás la valiente coronela Matamoros?

—No señor, no señor, es jóven, hermosa, fina, discreta, y sobre todo, buena como no otra.

—Hay tantas jóvenes, tantas hermosas, tantas finas, tantas discretas y tantas buenas en Sevilla, que sería difícil para mí acertar por esas señas quién pueda ser.

—Pues diré á Vd.—D. Galo tomó un aire entre importante y satisfecho—que es nuestra apreciable y querida Clemencita.

—¡Es mentira! gritó Sir George levantándose airado y empujando la mesa.

CLEMENCIA.

TOMO II. 16