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y seductoras flores: era morena, pálida y pequeña, pero bien proporcionada desde su diminuto pié hasta su garbosa cabeza. Sus magníficas cejas y pestaña, negras como el azabache, daban cuando sonreia, á sus ojos guiñados y de un gris de ceniza, una dulzura infinita, y á sus miradas tal picante, que hacian decir á sus apasionados que tenia alfileres en los ojos. No obstante, la expresion de aquellas miradas y la dulzura de aquella sonrisa, ocultaban un alma vulgar, un entendimiento limitado, pero perspicaz y sutil, y un corazon ahogado en egoismo. Calificábala su Madre de buena alhaja.

Todas estas cosas en ambas hermanas estaban muy á las claras. Hay en nuestra sociedad, como en todas las humanas, bueno y malo. Hay mujeres, y son las más, que son buenas, francas, que tienen mucho talento y que sellan estas cualidades con la más encantadora y mas comun en España, la ausencia de pretensiones; hay medianías, y hay mujeres de mala y de perversa índole. Pero lo que no se halla, sino rara vez, es ese artificio, esa falsedad, ese admirable talento de fingir, esa hipocresía que las mujeres que no son buenas ponen en práctica en otros paises. Aquí habrá, en las mal educadas y mal inclinadas, tretas, ardides y hasta mentiras para ocultar sus manejos y sus intrigas, eso sí; pero ocultar su propio yo, eso al menos, gracias al cielo, es muy raro. Puede que ese digno orgullo, esa noble franqueza mujeril, que hace despreciar á la española el aparecer otra de lo que es,