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desaparezcan dentro de poco con la saya y la mantilla, á fuerza de capotas y de novelas francesas, sin que tengan presente las mujeres que cada monería les quita una gracia, y cada afectacion un encanto, y que de airosas y frescas flores naturales, se convierten en tiesas y alambradas flores artificiales.

En cuanto á Clemencia, la sobrina de la Marquesa, que a los diez y seis años salia del convento como una blanca mariposa de su capullo de seda, era de aquellas criaturas á las que, como al mes de Mayo, regala la naturaleza con todas sus flores, toda su frescura, todo su esplendor y todo su encanto.

De mediana estatura y perfectas formas, blanca y sonrosada como un niño inglés, su dorado cabello la cubria toda cuando estaba suelto, como un manto real de oro. Sus grandes ojos pardos tenian un señorío tan duloe y grave que parecian haber sido colocados por la nobleza en la cara de la inocencia. Su hermosa boca tenia sonrisas de ángel, como las que en la cuna tienen los niños para sus Madres.

Cuando estaba en entera confianza, demostraba una gran alegría de corazon, ese magnífico y simpático don que el cielo suele repartir á sus favoritos, esto es, á los niños, á los pobres y á los sanos de corazon: resplandecia esta alegría en sus ojos como brillantes, iluminaba su sonrisa como la luz, y animaba su rostro como anima la música una fiesta. Un observador hubiera notado que su alma tierna era impresionada por la lástima y el dolor, con la misma actividad y el