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bajo los ojos de mi pobre Tia, que me ha servido de Madre, y partirémos en seguida para nuestro dulce hogar doméstico: en él procuraremos imitar las vir tudes y hallar la felicidad que allí ostentaron sus anteriores dueños.

Clemencia se apresuró á comunicar su casamiento á la Marquesa y á sus primas.

—Me alegro, hija mia, le dijo su Tia, pues ya que te aconsejaron esa boda tu Suegro y tu Tio, cuenta te tendrá.

. —Sí, sí, añadió Alegría, ya que te casas, atente á lo sólido y enseña á tu marido desde un principio á no ser ridículamente celoso y neciamente desconfiado.

—En Villa—María no hay muchas ocasiones que puedan dar pábulo á que se desarrollen estas tendencias, aun dado caso que las tuviese Pablo.

—¡Pues qué! ¿te vas á vivir á Villa—María? exclamó con asombro Alegría.

—Siempre han vivido allí las cabezas de la casa de Guevara, respondió Clemencia: ¿porqué motivo exigiria yo una mudanza de domicilio que no deseo, y que no agradaría á mi marido, sobre todo gustándome con pasion el campo?

—¡Pero eso es enterrarse en vida! exclamó Alegría horripilándose.

—Si se entierra la mujer que se propone vivir en el hogar de sus mayores al lado del esposo á quien ama, y dedicarse allí á criar los hijos que Dios les diere, creo, Alegría, que toda buena casada vestirá