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mismo calor que demostraba en la alegría; pero la sociedad observa poco y mal lo que no se roza con ella.

Era de notar cuán distinto era el atractivo de estas tres jóvenes. Constancia atraia por su mismo desvío, por la especie de aislamiento y de misterio en que se envolvia, como la cúspide de un alto monte en nieves y nubes, rechazando con frialdad y decision toda comunicacion é intimidad. Dábase así, sin buscarlo ni desearlo, todo el valor de una dificultad, toda la superioridad de un imposible, cosas llenas de prestigio para el hombre, al que todo ensayo que se eleva á empresa, excita fuertemente.

Alegría tenia la seduccion de la gracia, la incitacion de la que tiene y sabe hacer uso de los medios de agradar, al aturdido desgaire de la niña, alternando con el indisputable despotismo femenino; el quiero y no quiero del capricho, lo picante de la burla, lo salado del chiste, dones todos que tan poco valen y tanto merecen, y que hacen patente cuán sábios fueron los griegos en personificar al amor en un niño ciego.

Clemencia en cambio solo tenia el tibio encanto de la inocencia, el desapercibido mérito de la modestia, é inspiraba en la superficial sociedad el interés que desciende, como es el de los viejos hácia los niños.

En cuanto á D. Silvestre Sarmiento, tenia este señor sesenta años, la barriga prominente, la nariz de loro con iguales circunstancias, y en su rostro una